Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto
Rodando a goteras solas, a aguitas como dientes, a espesas goteras de mermelada y sangre, sudor y lagrimas

Criaturas En La Noche No Me Dejan Respirar

Criaturas En La Noche No Me Dejan Respirar
Bailando sobre la felicidad que vendrá

lunes, 30 de junio de 2014

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

Condición Moral

sábado, 28 de junio de 2014

Hombre

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Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

Hombre

jueves, 26 de junio de 2014

A la orilla


A la orilla

Para decirlo muy sencillamente, una teofanía es un momento en que se ve clarísimo lo del alma, lo del tiempo, lo del paisaje. Los humanos, casi sin darnos cuenta, tenemos a menudo alguna teofanía, por más solemne o sagrada que suene la palabra. 

 Hay teofanías muy poéticas, como cuando alguien que está meditando oye el caer de la ceniza del sahumerio y otras que no parecen más que razonadas e inteligentes reflexiones, como el siguiente fragmento de una nota periodística de Chesterton, en la que además de genio sospecho la iluminación - en este y en muchísimos escritos del glorioso escritor inglés: “Si no tenemos más remedio que presumir, mejor será que sea de talentos o méritos que no tengamos. Porque entonces nuestra vanidad será superficial, un simple error, como el de quien cree tener sangre real o un sistema infalible para ganar en Montecarlo. Como no son méritos reales, no corromperán ni desvirtuarán nuestros méritos reales. Y aunque presumamos de virtudes que no tenemos, siempre podremos ser humildes con las que sí tenemos. 

Las cualidades que de verdad nos honran conservarán su inocencia original, porque no podremos verlas ni viciarlas..(…) Hay, sin embargo, otro género de satifacción que no es ni orgullo por virtudes que tenemos ni orgullo por virtudes que no tenemos… Y es la satisfacción que se siente por poseer o no poseer ciertas cualidades sin preguntarnos si eso constituye una virtud. 

Podemos felicitarnos por no ser malos en un determinado sentido, cuando la verdad es que no lo somos en ese sentido porque no somos lo bastante buenos. Dirá algún cleriguillo: ‘Tengo razones para congratularme de ser una persona civilizada y no tan sanguinaria como el Mad Mullah’. Y alguien tendría que decirle: ‘Un hombre realmente bueno sería menos sanguinario que el Mullah. Pero si es usted menos sanguinario que él, no es porque sea mejor hombre, sino porque es mucho menos que un hombre. 

No es sanguinario porque perdone a su enemigo, sino porque huiría de él’. Por lo mismo dirá algún puritano: ‘Tengo razones para jactarme de no adorar ídolos como los infieles griegos antiguos’. Y alguien tendría que decirle: ‘…si usted no adora ídolos, es solo por ser moral y mentalmente incapaz de esculpirlos. Quizá la religión esté por encima de la idolatría, pero usted está por debajo de la idolatría’”.


 

A la orilla

De haber sido un poco menos flaca, no hubiera entrado allí. Cuando se dio cuenta de que entre la última “comida” que le llevaron y la que tenía ante sus ojos no sabía cuánto tiempo había pasado, si uno o dos días, tomó el tenedor e hizo su primera marca en la pared negra y diminuta, dejando una señal blanca que ella sola entendía o sabía que estaba. La tercera y la cuarta marcas las hizo juntas, porque calculó dos días entre plato y plato. Así, como se acordaba perfectamente de la fecha en que la llevaron, calculó cada día de cada mes. La cuenta sólo podía fallar por unas pocas horas, estaba al tanto de su presente. Pero sólo en eso se parecía a un humano, en la idea del tiempo. Todo lo demás se había alejado de su vida, y de la vida en todo sentido, con sus espacios y sus amaneceres y crepúsculos.