Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto

Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto
Rodando a goteras solas, a aguitas como dientes, a espesas goteras de mermelada y sangre, sudor y lagrimas

Criaturas En La Noche No Me Dejan Respirar

Criaturas En La Noche No Me Dejan Respirar
Bailando sobre la felicidad que vendrá

sábado, 22 de febrero de 2014

Caras

“-Esto sí que es curioso… -dijo.
“-¿Qué?
“-El otro día observé las manos de Venancio, una vez que su cuerpo estuvo libre de manchas de sangre, y vi un detalle al que no atribuí demasiada importancia. Las yemas de los dedos de la mano derecha estaban oscuras, como manchadas por una sustancia de color negro. Igual que las yemas de estos dos dedos de Berengario, ¿ves? En este caso aparecen también algunas huellas en el tercer dedo. En aquella ocasión pensé que Venancio había tocado tinta en el scriptorium…”.
La novela es de Umberto Eco y se llama, con notable acierto, El nombre de la rosa, título que no es ninguna concesión poética sino que Eco pensó en el verso de Borges, “En las letras de rosa está la rosa / y todo el Nilo en la palabra Nilo”. Quien haya leído la novela, o en todo caso, visto la película, sabe bien por qué menciono la exactitud del nombre elegido.
Existe otro tipo de tóxicos que entrevera la vida, y que no tiene efecto fulminante más que en casos excepcionales y contados: las palabras.
De cualquier modo, esta vez hablo de venenos materiales, o casi. La inocente de la semana pasada se esfumó. Era tan bella esa mujer de párpados caídos escribiéndole a Dios, que ya no pude soportarla, me la saqué como un vestido viejo.
Hoy no soy ella; aunque mi veneno sea más bien inmaterial -provocar un infarto-, mis métodos son los de una envenenadora hecha y derecha, como Lucrecia Borgia, la italiana; como Yiya Murano, la argentina.
Pero alguien que termina de leer este cuento me ha dicho: “Nadie queda invicto si acaba de morir”:

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